Críticas de espectáculos

André y Dorine / Kulunka Teatro

El humor para distanciar

Abordar la enfermedad del Alzheimer sin caer en patetismos ni provocar morbosidad es tarea difícil. Tampoco resulta fácil utilizar unos personajes mudos, definidos por máscaras caricaturescas, y no realizar una parodia cruel. Sin embargo, la compañía Kulunka Teatro ha demostrado que ambas premisas pueden ser posibles cuando confluyen talento artístico, investigación escénica y una alta dosis de sensibilidad.

He visto por segunda vez “André y Dorine”. En la primera ocasión me llegué a emocionar por la historia y por la delicadeza con la que se trata un tema que puede ser grotesco y doloroso al mismo tiempo. En esta ocasión, más frío, sabiendo hacia dónde me llevaba el montaje, he descubierto que el trabajo de esta compañía de Euskadi merece más atención que la simple emoción. Y es que, en un trabajo sin texto hablado consiguen distanciar la escena al modo de Brecht utilizando el humor.

En “André y Dorine” se cuenta la historia de un matrimonio que ha llegado a la ancianidad con los conflictos amorosos y desencuentros naturales de muchas parejas. A él le molesta el sonido del violonchelo que toca su mujer. A ella le molesta el sonido de las teclas de la máquina de escribir del escritor. Toda una vida soportándose a regañadientes, pero toda una vida construida con cariño. Ella enferma de Alzheimer y él adopta soluciones lógicas con alguna desgana, pero soluciones que muestran amor.

Sorprende que el tema de esta enfermedad sea tratado con finura y naturalidad. Porque, si de lo que se trata es de hacer comicidad o subrayar el dolor habría que imaginar el desarrollo de un paciente ubicado en una residencia asistida de enfermos terminales. Hubiera sido muy fácil hacer reír con las incoherencias de estas personas afectadas por el síndrome del alzhéimer y hacer dramatismo con la gente de alrededor.

Pero no, Kulunka Teatro centra la enfermedad con el desarrollo natural dentro del ambiente familiar. Desde esta perspectiva, podría afirmarse que estamos ante un montaje naturalista, obvio, previsible. Y la caricatura que podría aparecer con el empleo de las máscaras, sin utilizar la palabra, se resuelve con un ritmo dramático preciso narrado con eclecticismo para que el espectador utilice la inteligencia y la reflexión.

Con este planteamiento dramático, la pieza muestra toda la sinceridad de la enfermedad tanto desde el punto de vista del paciente como las consecuencias sociales de las personas que lo atienden. Los afectos surgen y se transfieren al espectador pero, el humor aparece con pequeños guiños que rompen las emociones sentimentales y distancian la escena. En este sentido, la puesta en escena está salpicada tanto de cortes narrativos lineales como de sutiles gestos y acciones que provocan la sonrisa cómplice. El humor matiza el dramatismo y las máscaras rompen el naturalismo, pero ni lo uno ni lo otro esquiva la realidad.

Una palmadita de Dorine a André, una mirada inquisitoria, la rectificación para poner las bragas caídas de ella, el nacimiento del bebé, el que el hijo muestre la camiseta –que nunca se quiso poner por fea– a su madre en el ataúd son multitud de detalles mínimos que provocan la sonrisa y que deshacen todo sentido dramático de la situación. Las escenas de la juventud, intercaladas en la historia constituyen momentos de un humor en el que muchos jóvenes nos habríamos visto representados. “André y Dorine” es una historia de amor llena de ternura y de comicidad.

Por otra parte, de algún modo hay que hablar de las máscaras. La compañía Kulunka Teatro ha bebido de la técnica y de la estética de la compañía alemana Familie Flöz. La compañía de Euskadi ha creado unas máscaras expresivas que reflejan admirablemente el carácter de todos los personajes: no solo de los dos ancianos, también del mendigo, de los doctores, del hijo, el cura. Y el vestuario hay que calificarlo de magnífico y práctico porque resulta significativo y permite los cambios e intercambio de personajes entre los dos actores y la actriz.

Finalmente, que el montaje carezca de texto hablado da al espectáculo una dimensión plural desde el punto de vista del espectador. Y no solo es cuestión de que se pueda entender sin traducción en cualquier país del mundo, sino que el conjunto de espectadores de una misma función puede entender cada gesto, cada movimiento, de una forma personal. Se diría que el montaje es como un cómic de viñetas mudas y que cada espectador pone el bocadillo que le sugiere el personaje, la acción.

En “André y Dorine” se puede encontrar un espectáculo amable pero no ñoño, dramático pero no patético, naturalista pero distanciado, cómico pero no grotesco, sencillo e inteligente, que juega a hacer teatro sin huir de la verdad.

Manuel Sesma Sanz

Espectáculo: André y Dorine. Autor: colectivo. Reparto: José Dault, Garbiñe Insausti y Edu Cárcamo. Escenografía: Laura Eliseva Gómez. Vestuario: Ikerne Giménez. Máscaras: Garbiñe Insausti. Música original: Yayo Cáceres. Dirección: Iñaki Rikarte. Compañía Kulunka Teatro. Casa de las Artes de Laguna de Duero, Valladolid, 11 de marzo, y en gira. 

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