Un cerebro compartido

Teatro y ciencia… ¿sacrilegio o necesidad?

Llevo un tiempo queriendo escribir sobre la intersección entre la ciencia y el teatro y casualmente, hace unos días, leía un tweet de alguien a quien admiro: “La capacidad de soñar sigue siendo demasiado profunda como para desentrañar con técnicas su sentido, el arte es la verdad que no puede verificar la ciencia”.

 

Antes de desarrollar mis ideas sobre el encuentro inevitable entre ciencia y arte, quiero eliminar el reduccionismo que sugiere la metonimia entre ciencia y tecnología: puede gustar más o menos pero la tecnología es intrínseca a toda producción teatral así que hablaré de la ciencia en sentido amplio. Aclarado esto, la reflexión que propongo presenta a la ciencia y al arte (particularizaré en el teatro) como componentes necesarios del camino que pavimenta el conocimiento. Ambos tienen un origen común en la creatividad nacida de la intuición. Pienso que el arte es una verdad a la que la ciencia, más que verificar, acompaña y en ocasiones abraza. Piénsese por ejemplo en una sucesión de Fibonacci, sucesión de números en los que cada uno de sus términos es la suma de los dos anteriores (1,1,2,3,5,8,13,…). Esta construcción matemática es arte recurrente que la naturaleza nos regala de manera sorprendente (distribución de las hojas alrededor del tallo, disposición de las semillas en flores y frutos, brazos de espirales de galaxias…), es bella, y en su contemplación y discurso se combinan arte y ciencia. Einstein se guiaba por la belleza de su trabajo como forma de ponderar su fiabilidad. El gran Paul Dirac, padre de la que llaman la ecuación más bella de la física, guió su trabajo por la estética. En definitiva, la experiencia subjetiva de belleza que acompaña al arte, camina junto a la ciencia para generar conocimiento. El arte escénico no es ajeno a esta afirmación. 

El arte escénico es uno donde hibridar recursos para fraguar conocimiento en un sentido amplio. Esta idea puede sonar inverosímil porque está lastrada por el divorcio histórico cultural que respiramos desde el Medievo donde se constituyó una estructura académica que separaban disciplinas relacionadas con la elocuencia y las matemáticas, los conocidos trivium y quadrivium. Esta disociación, que evolucionó a la separación actual entre humanidades y ciencias, hace extrañas las convergencias que ahondan en las raíces comunes del saber. En el mundo teatral damos por hecho que la creatividad y la intuición son necesarias para hacer presente el imaginario del equipo artístico. Esa misma creatividad es necesaria en la ciencia, donde un científico además de conocer las herramientas que maneja ha de usar su intuición, la misma que un intérprete para dar vida a un personaje. Pienso que la ciencia y los científicos sí pueden ayudar a entender la capacidad de soñar del arte y los artistas. ¿Cómo? Ya hay caminos abiertos. Por ejemplo, un creador teatral tiene a la ciencia como aliada para estudiar si sus propuestas han sido recibidas por el público y cómo. Como profesional del teatro creo saber cuándo se genera esa famosa magia porque la siento, pero, ¿se puede estudiar?, ¿esa verdad generada en el hic et nuc puede tratarse con un lenguaje científico? Sí.

Lo primero que tenemos que conocer es la herramienta más fundamental de los científicos experimentales: el método científico. Comenzando con la observación de un fenómeno, un científico/director propone una hipótesis plausible, por ejemplo, los espectadores van a sentir un pico de emoción cuando Leonardo le diga a la novia que no es culpa suya, que es de la tierra y de ese olor que le sale de los pechos y las trenzas. Un científico/director plantea la hipótesis de que el público sentirá algún tipo de emoción y la usará para generar predicciones como que la emoción generada en el público será distinta si la escena se produce en el entorno sugerido por Lorca o se descontextualiza y se lleva, por ejemplo, a Marte. Estas predicciones alimentan las propuestas diseñadas para probarlas en ensayos que generarán resultados y que permitirán que el ciclo se repita. Esta aproximación básica, que llevada al arte escénico se estructura en observación-hipótesis–predicción–ensayo, está en el corazón de todos los métodos científicos y, como vemos, son compatibles con la creación teatral. La observación nos predispone a la percepción, y con la intuición de que puede o no funcionar la propuesta, elaboro hipótesis para el montaje en las que predigo y compruebo ensayando. Un experimento puede contradecir una hipótesis proporcionando evidencias empíricas de que la idea propuesta necesita ser modificada. Por ejemplo, podría darse el caso de espectadores con valores de emoción más bajos si la escena se desarrolla en Andalucía que si la situamos en el planeta rojo bajo la dirección de un osado director. Por otro lado, la obtención de un resultado esperado no puede probar que la hipótesis sea correcta, solo puede probar que hay evidencias de que podría ser cierta, ya que siempre hay hipótesis alternativas a considerar. Supuestamente, siempre que “Bodas de sangre” se desarrolle en el entorno en el que fue escrita, la emoción o la capacidad de soñar de la que estamos hablando debería materializarse, pero no significa que es el único entorno en el que se conseguirá. 

El campo de las neurociencias cognitivas emergió en parte por la invención de nuevos métodos de uso en ciencias sociales o biológicas, y no conviene olvidar su naturaleza interdisciplinar y entender cómo los científicos han integrado paradigmas en campos y metodologías transversales a los que los profesionales de las artes escénicas podemos contribuir y de los que podemos sacar provecho. Si el método científico usado para estudiar el efecto de la confesión de Leonardo a la novia lleva a un director creativo a predecir que será más poética desarrollándose en Marte, podrá usar de la psicología cognitiva y teoría del comportamiento para escenificarlo. 

El estudio de la actividad mental del espectador nos dice cómo adquiere la información que observa en el escenario, cómo la almacena y cómo la usa, algo que desencadenará reacciones psicofisiológicas como la emoción y la atención susceptibles de ser medidas. El uso del método científico como parte integrante del binomio teatro y ciencia no solo no es una abominación sino que, afortunadamente, abre una puerta a un campo de estudio y práctica que, por propia definición, nunca obtendrá resultados definitivos pero ayudará a entender este arte desde una perspectiva distinta. ¿Quiere la ciencia verificar la verdad que es el arte? No lo creo, pero puede acompañarla y ofrecer otra manera de entender nuestra capacidad de soñar.

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