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DDD. Días De Danza. Carta Blanche más Bouchra Ouizguen. Shantala Shivalingappa más Ferran Savall

DDD es un festival de danza impulsado por el Teatro Municipal do Porto, TMP, e ideado por Tiago Guedes, director artístico del TMP y del Festival DDD. Recientemente, ha finalizado su tercera edición, que transcurrió entre el 26 de abril y el 13 de mayo de 2018, y en el que se involucraron cuatro importantes municipios del norte de Portugal, aprovechando su proximidad: Porto, Matosinhos y Gaia.

Un macro festival con 44 funciones en sala, de las cuales, 30 funciones agotaron localidades. 10 funciones en espacios públicos, con un total estimado de 1200 espectadoras/es. De ese total de espectáculos en sala (DDD IN) y en espacios públicos (DDD OUT), el festival presentó 14  piezas en estreno absoluto. Además, propició la realización de 10 masterclasses, 3 cursos y 2 sesiones de calentamiento paralelo a 2 espectáculos, con una participación estimada, en estas actividades, de 3200 personas, entre profesionales y aficionadas/os.

¿Por qué dedico los primeros párrafos a describir los números y los datos de un festival de danza?

Imagino que, quizás, ya te habrás dado cuenta o ya habrás llegado a la misma conclusión que yo: contra la opinión generalizada de que la danza contemporánea no atrae al gran público, el Festival DDD viene a demostrarnos, justamente, lo contrario y lo hace de una manera rotunda: un índice de ocupación en los teatros de un 90% y 30 espectáculos con localidades agotadas. 14.000 personas en poco más de dos semanas.

El TMP que dirige Tiago Guedes y el apoyo decidido de la Cámara do Porto y de su presidente, Rui Moreira, nos confirma que la danza es un valor en alza para una ciudad cosmopolita que desee situarse en el panorama internacional de las artes. Estamos hablando de una ciudad, Porto, que cada vez concita más atractivo e interés para las personas que buscan estímulos enriquecedores a nivel humano, más allá del turismo de sol y playa, más allá de saciar y delectar el paladar comiendo y bebiendo. Ciudades con encanto que nos ofrecen una oferta cultural diversa y de alto nivel artístico.

Otro detalle que solo quiero apuntar, antes de pasar a dar mi testimonio sobre dos piezas dignas de análisis, es que el alcalde de O Porto (presidente da Cámara), Rui Moreira, va al teatro. Llámenle populismo, sus detractores, que seguro que los tendrá, como siempre acontece en política, llámenle filantropía. El caso es que el máximo representante de la institución municipal acude al teatro. Yo le he visto en su butaca casi cada vez que acudo a un estreno en el Rivoli. Y ya me gustaría a mí que en mi ciudad, Vigo, ocurriese algo semejante. ¡Ojo! No intento desde aquí hacer ninguna campaña política, que yo, por ahora, aún no me he casado con ningún partido político e intento ser un hombre libre. Me limito a testificar sobre un hecho que me parece simbólicamente importante: la responsabilidad y el respaldo de los representantes públicos respecto a las artes escénicas y, aún más, respecto a aquellas propuestas menos convencionales y más arriesgadas en lo artístico.

Una vez más, defiendo el teatro y la danza como servicios públicos, en una sociedad progresista que busca lo más importante: el bienestar íntegro de todas las personas. Y cuando me refiero al apoyo a propuestas menos convencionales y más arriesgadas en lo artístico, estoy apuntando algo que creo que es muy relevante: la confianza, de quien representa y gestiona lo público, en las capacidades y en la cualificación de las ciudadanas y de los ciudadanos para disfrutar y aprovechar esas propuestas. Esto sería, justamente, lo contrario a aquellas/os políticas/os y a aquellas/os programadoras/es que ostentan un rol paternalista y que no confían en la sensibilidad de las personas, por lo cual se dedican a programar actividades y espectáculos convencionales y de fácil digestión, optando por repetir fórmulas mil veces transitadas.

Punto y aparte.

Dentro de mi disponibilidad en esos Días De Danza, acudí a ver solo 2 espectáculos impresionantes: Jerada, de la compañía noruega Carte Blanche, con dirección de la coreógrafa marroquí Bouchra Ouizguen, el sábado 28 de abril en el Teatro Rivoli del TMP e Impro Sharana, con coreografía e interpretación de Shantala Shivalingappa, nacida en la India, y creación musical del catalán Ferran Savall, en el Teatro Nacional São João, que es uno de los 7 coproductores del Festival DDD, el 4 de mayo.

También quise acudir, ese mismo viernes 4 de mayo, a Ensaio Para Uma Cartografia, de Mónica Calle, pero no conseguí que el TMP me facilitase una acreditación de prensa, ni una entrada, porque las localidades estaban agotadas. De modo semejante, tuve que ver Jerada, de Carte Blanche, desde una butaca bastante alejada del escenario, en el Gran Auditorio, lo cual no me permitió apreciar la expresión facial de las bailarinas y los bailarines en las vertiginosas carreras y giros que se repetían en hipnóticas variaciones, a lo largo del espectáculo.

JERADA, de Carte Blanche, con la coreógrafa Bouchra Ouizguen, nos envuelve dentro de un espacio dinámico fulgurante, semejante al de las estrellas fugaces o al de los paisajes celestes que crean los fuegos de artificio.

Bailarinas y bailarines de muy diversas procedencias y rasgos étnicos, con ropa deportiva de calle, sin, apenas, marcas que señalicen algo extraordinario, generan lo extraordinario con sus trepidantes giros y carreras.

Jerada comienza con un solo bailarín, muy delgado, con la cabeza rapada y, en este caso, para abrir la pieza, una vestimenta negra, que puede evocar a la de un monje o un místico: pantalón y chaqueta de ala amplia que acrecienta el círculo de su girar infinito, en un crescendo de velocidad que llega a difuminar su figura, para convertirlo en movimiento puro.

En el programa se recoge un poema de Jalāl ad-Dīn Rūmī que, desde mi punto de vista, traduce de una manera abierta la substancia de Jerada:

“Ó dia, ergue-te! Os átomos dançam

Graças a Ele o universo dança

As almas dançam em êxtase

Sussurro-te ao ouvido onde a sua dança as leva

Todos os átomos do ar e do deserto sabem-no bem, parecem loucos

Cada um dos átomos, feliz ou miserável

Enamora-se do sol, do qual nada se pode dizer.”

(Mi traducción aproximada: “¡Oh día, levántate! Los átomos danzan / Gracias a Él el universo danza / Las almas danzan en éxtasis / Te susurro al oído dónde su danza las lleva / Todos los átomos del aire y del desierto lo saben bien, parecen locos / Cada uno de los átomos, feliz o miserable / Se enamora del sol, del cual nada se puede decir.”)

Esos átomos equivalen, en Jerada, a las bailarinas y bailarines, que, pese a su diversidad, se nos muestran como seres indiferenciados por la energía prístina que brota en sus movimientos circulares.

El poder simbólico del círculo. La capacidad de que esos átomos formen un universo, una comunidad, y alcancen un orden que parece previo al acto coreográfico. Un orden intrínseco a las ráfagas de movimiento que, como el viento, o las olas del mar, articula un universo polícromo y unitario en su rica heterogeneidad.

De esta manera, el escenario vacío de escenografía, se convierte en un territorio telúrico de dimensiones cósmicas, agitado por los cuerpos danzantes y los haces de luz que nos permiten verlos.

Los cuerpos danzantes, la música de percusiones y cantos repetitivos, de honda raíz antropológica, nos posibilitan sentir la danza y perdernos en su incesante fluir.

Los haces de luz nos posibilitan verla y alucinar con su despliegue espacial de trazos fugitivos, en contraste con la insistencia minimalista de los giros repetidos hasta la extenuación, que producen un ahondamiento en las imágenes plásticas que alborean sobre el escenario.

En esa unidad en lo distinto, se pulverizan los géneros, mujer/hombre, y las procedencias y fisonomías. Las formas desaparecen para dar paso a trazos energéticos que nos alcanzan en la platea, de la que, por cierto, salen bailarinas y bailarines, en diferentes momentos, para entrar en el escenario y lanzarse dentro de esa pleamar o bajamar dancística.

De modo parecido, también cabría reflexionar hasta qué punto esta formulación coreográfica de Bouchra Ouizguen, que recupera acordes dancísticos de raíz étnica y evocación tradicional, difumina, también, ciertos conceptos, no escritos, pero sí extendidos, sobre la danza contemporánea.

Viendo Jerada, por veces, podríamos olvidarnos que estábamos asistiendo a un espectáculo de danza.

Una forma circular explosiva, en la que bailarinas y bailarines describen una órbita circular alrededor de su propio eje, orbitando, a su vez, en torno a otras bailarinas y bailarines giróvagas/os, sin que se defina un rumbo. Esa forma circular acaba por reventar, también, la idea preconcebida, más o menos sutil, que podamos tener sobre la danza.

Ese universo tan real y humano, que evoluciona encima del escenario, encierra una cierta abstracción. No obstante, cabe destacar que se trata de una abstracción que, paradójicamente, no es de naturaleza intelectual o conceptual, sino, más bien, de naturaleza telúrica, antropológica, visceral, pegada a la tierra, al aire, al fuego y al agua.

A esto contribuye, también, la manipulación de un aluvión de ropas diversas y multicolores. Ropas para lanzar al aire de manera impetuosa, por parte de la muchedumbre danzante. Ropas para cambiarse y para moverse con ellas, utilizándolas como prolongaciones del cuerpo.

El papel de la ropa y del vestuario, sin ser figurines teatrales, también tenía un rol muy importante en otro trabajo que pude ver de Bouchra Ouizguen, titulado Ottof (Escenas do Cambio, Santiago de Compostela, 7 de febrero de 2016).

Allí, la acumulación de ropas multicolor, convertía a las 5 mujeres de Ottof en figuras escultóricas, dentro de una especie de instalación plástica dinámica, para, después, propiciar una liberación a través de la desposesión progresiva de esos ropajes superpuestos, además de la evocación de las ferias y mercados, los “zocos” árabes.

Esa acumulación de ropas vuelve a estar presente en la segunda parte de Jerada, para inscribir, aquí, una dimensión más festiva y para vincular la danza a la calle. Todas esas ropas que se lanzan al aire, que se recogen del suelo o se dejan caer, esbozando las trayectorias sobre el linóleo, nos conectan con la realidad, con la actualidad, con esa proliferación de la ropa.

Más ropa que comida. Más ropa que libros. Más ropa que danza o teatro. Ropa, ropa y más ropa. Pero, sobre todo, nos conecta, por tanto, y de una manera libre, con lo terreno.

Y esta conexión con lo terrenal le sirve a la Compañía Nacional de Danza Contemporánea de Noruega, Carte Blanche, para establecer un contraste, en Jerada, con esa otra dimensión más abstracta e hipnótica que abre la forma circular y repetitiva del movimiento.

IMPRO SHARANA, coproducido por [H]ikari – Compagnie Shantala Shivalingappa (Nantes), Mercat de les Flors (Barcelona), Festival Temporada Alta (Girona), FIND – India-Europe Foundation for New Dialogues (Roma) y CIMA – Fundació Centre Internacional de Música Antiga (Barcelona).

Como su propio título indica, Impro Sharana consiste en una danza pactada e improvisada, a la vez, entre la bailarina y coreógrafa Shantala Shivalingappa y los músicos Ferran Savall (guitarra y voz), Jordi Gaspar (contrabajo), David Mayoral (percusión), Nedyalko Nedyalkov (kaval – flauta) y Driss El Maloumi (oud).

Sobre el escenario del Teatro Nacional São João, un sofá, alfombra, mesita, taburetes, bebidas y un té haciéndose, a la derecha; a la izquierda, sobre una tarima, instrumentos de percusión. El escenario, sin dejar de ser escenario, es, a la vez, una sala de casa, un lugar confortable y ameno para el encuentro de esta troupe artística. Un espacio acogedor, propicio para crear la atmósfera necesaria para que fluya la improvisación, dentro de un diálogo musical y dancístico, lleno de precisión, pero nunca exento de simpatía y de una expresión que no se ve ni alterada ni adulterada por la circunstancia espectacular.

Partiendo de la base de que estamos ante un elenco de virtuosos músicos, desde el prestigioso Ferran Savall, que cultiva especialmente la música improvisada y se nutre de un amplio conocimiento sobre las músicas del mundo, hasta la reconocida Shantala Shivalingappa, que bailó con Maurice Béjart, Peter Brook, Pina Bausch y Sidi Larbi Cherkaoui, Impro Sharana nos ofrece una velada en la que la musicalidad no solo circula a través de las vibraciones sonoras de la música, el canto o la improvisación vocal, sino también a través del movimiento, la gestualidad, la expresión facial y la mirada. Una suerte de sortilegio o encanto que nos envuelve y nos euforiza.

Igual que en Jerada, de Carte Blanche y Bouchra Ouizguen, en Impro Sharana lo terrenal, lo concreto, lo real compartido aquí y ahora, se conecta con lo trascendental, con lo espiritual, en virtud de la magia que despliega la alta cualificación y la entrega artística de sus ejecutantes.

La serenidad y la concentración son el bajo continuo de esta especie de recital, manteniéndose, incluso, en los números más festivos y exultantes.

Shantala va realizando dúos de danza y música en diferentes combinaciones instrumentales: flauta y danza; guitarra, canto y danza; percusión y danza. Dependiendo del instrumento o instrumentos musicales con los que dialoga Shantala, cambia la estructura, las texturas y las dinámicas de su movimiento.

Hay una focalización importante en las manos y en los ojos. Las manos, como mariposas, ejecutan diferentes “mudras”, gestos codificados de las danzas clásicas de la India. La mirada también conjuga diferentes movimientos.

La combinación de los diferentes segmentos corporales, articulados de manera independiente, en contraste unos con otros, deriva en una danza teatralizada que parece querer relatarnos algo. Estamos ante la variante “Abhinaya”, danza narrativa, dentro del estilo Kuchipudi, que se alterna con números de danza pura, más abstracta y marcadamente rítmica, denominada “Nrtta”, en la cual el juego de pies marca ritmos complejos al resto del cuerpo.

A través del estilo Kuchipudi, la inscripción del movimiento de Shantala, igual que su propio nombre, nos traslada hacia los parámetros de la cultura oriental del sur de la India.

Pese a la homogeneización de la globalización, que promueve el sistema capitalista de consumo, y pese al acceso generalizado que, supuestamente, tenemos a todo lo que puebla el planeta tierra y sus confines, vía información o turismo, pese a todo esto, la danza de Shantala, de decidida inscripción cultural en una tradición, nos resulta exótica y sorprendente.

Igualmente nos acontece con la música, el canto y la improvisación vocal. Somos capaces de reconocer el mestizaje de varias culturas, los acentos orientales, el sabor mediterráneo. Podemos experimentar esa conexión, profundamente humana, con las raíces que, nutriéndose en un terreno determinado del planeta, hacen brotar ramas que se enredan con otras ramas que crecen de otras raíces. Música de raíz.

Así mismo, podemos reconocer la actualización y la innovación de esa música de raíz, no solo por sus intérpretes y las diferentes combinaciones instrumentales, sino también por su inapelable adaptación a los tiempos de hoy.

Todo esto nos permite experimentar el placer de lo distinto, esa manera de pulsar nuestras emociones desde otros ángulos.

Uno de los números más apoteósicos y aplaudidos de la velada fue el diálogo virtuoso entre el oud, de Driss El Maloumi, y la percusión, con un instrumento semejante a un pandero, tocado por David Mayoral. La velocidad vertiginosa y el desafío alegre, concitaron la euforia del público.

También hubo momentos para el humor. Quizás uno de los más simpáticos fue cuando Shantala le marcó unos pasos de baile a Ferran Savall, al mismo tiempo que éste tocaba la guitarra y cantaba. Esto nos permitía observar, con gracia, cómo le sentaba el traje del movimiento de origen hindú al joven catalán, y su buena disposición para adaptarlo a sus posibilidades.

Simétricamente, después, será él quien la invite a ella a seguirle en el cante, dentro de un estilo vocal lúdico y danzarín.

Shantala Shivalingappa nos ofrece una versión de la danza clásica hindú plenamente interiorizada y singularizada en la bailarina, alejándose de estándares y clichés. Su presencia y su estilo personal son brillantes, conciliando, con delicadeza, levedad y contundencia, erotismo y objetividad, pasión y sobriedad, expresividad y trazo firme… Ahora resulta divertida y cómplice, en miradas, movimientos y guiños; ahora resulta distante y ritual como una sacerdotisa; ahora se transforma en una clase de trovadora que nos cuenta algo a través del poema de su danza.

En consecuencia, Impro Sharana es una delicia de efectos hipnóticos y balsámicos.

Después de todo lo expuesto y volviendo al inicio de este artículo: ¿hay alguien que me pueda explicar por qué, en general, no se programa más danza, al margen de festivales y de espacios especializados?

 

P.S. – Sobre la Bouchra Ouizguen, también se puede leer, en esta misma sección de Artezblai, el artículo titulado: “Tradición y Escenas del cambio”, publicado el 27 de febrero de 2016.

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