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La vedete, la corista y Sol Picó

Para una niña, la visión de una vedete deslumbrante de plumas y lentejuelas, en el contexto oscuro de los dos últimos años de la Dictadura, ciertamente podría ser como la imagen de una diosa salvadora frente a todo aquel gris, que algunos parece que quieren que vuelva.

Para una chica, vecina del Paralelo de Barcelona, la avenida que bordea Montjuïc y baja hasta el mar, donde estaban los teatros más populares, los de la clase trabajadora charnega, los espectáculos de revista y todo lo que los rodeaba no podían ser algo ajeno. Teatros como El Molino, a imagen del Folies Bergère de París, en el que triunfaban las vedetes, podían ser ese espacio liminal entre la realidad y la fantasía, entre lo cotidiano y lo extraordinario.

Sol Picó ha venido a la Mostra Internacional de Teatro Cómico y Festivo de Cangas do Morrazo, la 40ª MITCF, con ‘MALDITAS PLUMAS’ y nos ha traído algo que trasciende o cruza la danza, el teatro y las “folies bergère”. Y a mí me ha vuelto a encandilar, como siempre que he tenido la suerte de ver sus sorprendentes creaciones. Digo creaciones y no solo espectáculos porque la Picó, además de dominar el oficio del teatro y la danza con una ejecución impecable y virtuosa, siempre sorprende con su capacidad para crear bellas imágenes escénicas, trascendidas por dimensiones simbólicas y metafóricas que no se ahogan en el delirio artístico. Contrariamente, siempre cuida, sobre todo, los pactos de juego con el público. Son dramaturgias que absorben y mezclan elementos populares heterogéneos, para transformarlos en algo nuevo y único que nunca pierde ese enorme deseo de conectar con el público, de atraer a espectadoras y espectadores de una manera fresca.

En ‘MALDITAS PLUMAS’ mezcla la autoficción, en la confesión que nos hace, en diferentes números de la pieza, sobre lo que quería ser de niña, con la danza contemporánea, el cabaret y la revista.

Los números del espectáculo nos llevan de viaje a la Barcelona de los años 70 y 80, y al Paralelo de los años 20, al teatro de revista, al casting internacional de una productora americana en busca de Scarlett O’Hara, para la segunda parte de la película, a la pelea entre los aspirantes al papel, entre las que, según ella, estaba la adolescente Mari Sol Picó, a la beatífica retransmisión del NODO franquista, en contraposición a la transgresión del cabaret, a las dificultades de una mujer pequeña, con una imaginación creativa gigante, para nunca convertirse en una de aquellas vedetes, altas y con piernas y brazos largos.

Picó hace esa confesión de autoficción, mientras baila en una expresión de la lucha por alcanzar sus sueños contra viento y marea, cuando te dicen, como le dijo Lita Claver, la Maña, que esto no es lo tuyo y que deberías dedicarte a otra cosa.

De esta forma, el espectáculo se sitúa casi entre el solo de danza y el monólogo dramático, en el que la protagonista se enfrenta a un conflicto existencial (que no existencialista). Pero aquí, en ‘MALDITAS PLUMAS’, el humor y la ironía únicos de Sol le dan la vuelta y deconstruyen el estilo de revista musical, entre la imagen surrealista de las plumas, flotando a la derecha del escenario, y la instalación de luces y altavoces desnudos, incrustados en cajas de tablas rústicas de madera, formando un muro, escaleras y escenarios dentro del escenario. Metáforas que cruzan y singularizan los posibles clichés del género de revista, en un ejercicio que va más allá de darles la vuelta o parodiarlos.

Por ejemplo, cuando hace, al principio, la muerte del cisne, en la que lucha por levantarse del suelo. Una deconstrucción posdramática que tiene el arte, la gracia y el ingenio para no cortar esa conexión popular con el público. En ese linaje podrían estar las evocaciones-homenaje a ‘La bien pagá’, ‘La Bohème’ o Marlene Dietrich y donde no podía faltar el tema “Yo soy la vedette” de Fernando Moraleda.

Las figuras de la estrella y la corista acaban erigiéndose, sin ostentación retórica, en una metáfora de lo que se considera éxito y su apariencia rutilante, frente a la discreción y el trabajo duro de las indispensables coristas, el coro, la comunidad compuesta de personas anónimas, las de la base de la pirámide. En la artista, sin duda, están esos dos símbolos o aspectos, el de la estrella y el de la trabajadora de pico y pala. Y, al mismo tiempo, la reflexión sobre la decrepitud, no sólo la de un género, la revista, que tuvo sus años dorados en otras épocas, sino la de los cuerpos en los que vivimos y con los que alcanzamos el esplendor y luego caminamos hacia la decrepitud y la muerte. Ese miedo que suele aproximarse con la edad y del que también nos habla Sol Picó (Alcoi, Alacant, 1967), que sigue en plena forma. La creadora hace un “tour de force”, en esa mezcla que tan bien refleja su indumentaria, entre el chándal de entrenamiento del contemporáneo y las lentejuelas con las que está confeccionado, que ofrece la imagen de la estrella de la revista. Y, concretamente, en su habilidad para moverse sobre las puntas, con zapatillas de ballet, e incluso saltar sobre ellas con los dos pies a la vez, frente al micrófono, en un gesto brutal de fuerza y potencia.

Así, en un homenaje al teatro frívolo de la revista, transgresor y multidisciplinar antes de otras poéticas contemporáneas, Sol Picó nos toca haciendo emerger, entre la diversión y el entretenimiento, la reivindicación de la mujer trabajadora en el campo artístico, la que tiene que ganarse las lentejas y la que quiere comer algo más que lentejas, como la corista que sueña con ser una estrella. La mujer emancipada y creativa que se permite la alegría, la que se defiende, la que se busca la vida, la que sigue adelante a pesar del contexto adverso, la que sabe brillar.

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“La danza como un vuelo que se eleva contra el tiempo. Sol Picó One Hit Wonders”, publicado el 11 de julio de 2014.

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